¿Y si fuéramos eternos?
Seguro alguna vez te haz planteado la posibilidad de que fuéramos eternos, una duda que sin duda, asalta nuestros pensamientos en cualquier etapa de nuestra vida.
¿Alguna vez has pensado en esta posibilidad? ¿Cómo sería la humanidad? ¿Tendríamos los mismos avances tecnológicos? ¿Buscaríamos dejar huella y que nuestra vida tenga un significado tan fervientemente?
El bien más importante (si es que le podemos llamar “bien”), es el tiempo, esta unidad de medida con la que intentamos acomodar lo que ha sucedido (pasado), está sucediendo (presente) y planeamos que sucederá (futuro), es lo único que ni todo el dinero puede comprar, ni todo el esfuerzo puede ganar.
La vida, al final de cuentas es tiempo. ¿Cuántas veces hemos escuchado a una persona en duelo decir, aún no era su tiempo, le faltaba mucho por vivir? La partida de un ser querido nos “roba” la oportunidad de seguir compartiendo con esa persona, tiempo y espacio.
Cuando nuestros familiares y amigos dejen de estar, los recuerdos serán lo más valioso, puesto que nos permitirán mantener una conexión y, por lo tanto, un vínculo con ellos a lo largo de nuestra vida, ahora, sin su presencia física, y, en materia tanatológica, una herramienta para construir enlaces conmemorativos que nos ayuden a sobrellevar su ausencia.
En realidad, no importa cuánto tiempo haya vivido la persona, ya sean algunos días en el vientre de su madre o 100 años, la constante es creer que aún no era tiempo, y que pudimos haber convivido más, dicho más, hecho más, por y con ellos.
En este intento de extender existencia, aunque no sea física, las antiguas civilizaciones y hoy en día las religiones, nos brindan procesos colectivos cargados de significado en los rituales de despedida colectivos que nos ayudan a “saber y confiar” en lo que sucede después de la muerte.
En los próximos artículos daremos un vistazo por la forma en que distintas cosmovisiones impactan en la forma y esencia de los servicios funerarios.
Javier Cadena Cárdenas, describe en uno de sus libros: “Los rituales de todas las civilizaciones han interpretado la muerte de forma similar, como una renovación de vida, diferenciándose solo por la forma en que se deshacen de los restos y la idea que se tiene acerca del destino del difunto”
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